Los tres años corresponden a la etapa vital en que los niños dejan de ser bebés para ingresar en la etapa de la primera infancia. Actualmente, además, esta edad corresponde con el tiempo de escolarización obligatoria, es decir con el
inicio de la socialización fuera del marco familiar. Para muchos pequeños es una etapa complicada, en la que deben afrontar la separación de los padres, el inicio de la vida social fuera del marco familiar, con otros niños y con otros adultos. Además, es la época en que se inician los primeros aprendizajes simbólicos y la asimilación de normas de convivencia. A esta edad se inicia la estructuración de la imagen corporal y de la identidad propia, separada de aquellos que han sido su sostén durante su etapa de bebé, caracterizada por la dependencia al Otro materno, la escasez de control motriz y de lenguaje.
En realidad, los tres años marcan la primera etapa de cambio vital en la larga carrera hacia la independencia personal. Por ello, es bastante habitual que los pequeños muestren algunas dificultades en esta época, como los
terrores nocturnos, las
fobias y las
dificultades de separación de la madre, cuando ingresan en la escuela o en otros lugares.
A los tres años se cifra en un 90% la prevalencia de alguna manifestación fóbica, a animales o a situaciones sociales, por ejemplo. Estas fobias ponen en evidencia las dificultades y temores que sienten los niños pequeños al irse separando de sus padres, por puro empuje vital. Las dificultades que entraña esta etapa de vida, pueden verse agravadas por la imposición social externa de escolarización.
Son comunes los
llantos al alejarse los padres de la escuela, o las dificultades de relación con sus iguales, inicialmente vistos como extraños y rivales al mismo tiempo. Son comunes las
pesadillas, los
gritos por la noche y que muestren
miedo a cosas o situaciones que 6 meses antes no daban miedo. Estos problemas suelen remitir con la edad y el paso del tiempo que favorece que los pequeños se acostumbren y vayan simbolizando la separación con respecto a los padres.
Si estos temores se instalan, se agravan, no dejan dormir y descansar y alteran en gran medida la vida familiar y social de los pequeños, es importante consultar al psicólogo para encontrar soluciones a los posibles atascos y dificultades que esta etapa puede presentar a los niños y a sus familias. Por regla general, unas pocas visitas con los padres y/o con los niños, suelen resolver el conflicto y las situaciones de círculo vicioso que promueven. La consulta al psicólogo es una actitud preventiva interesante a generalizar. De igual modo que se va al dentista anualmente para evitar daños mayores y prevenir las caries, las consultas al psicólogo pueden pensarse como orientativas, informativas y a menudo, preventivas.